KARLA LILIANA MORALES

  • Estudiante de Comercio Internacional.
  • Ex reina de Lions International (Zacatecas Virreinal).
  • Participante del jueves de juventud en la cátedra de “Lxs jóvenes en el mundo de la escritura”. 
  • Titular de la secretaría de la mujer en la organización “International Youth Policy”.
  • Participante en el curso de Cabildeo Parlamentario y Técnica Legislativa con visión en derechos humanos.

Un grito ahogado

Hace no mucho tiempo que platicaba con una persona que ya no se encuentra en el plano físico acerca de cómo sobrellevar la vida, las experiencias y los momentos, hace ya tiempo que charlaba con otra persona cómo sería vivir la vida desde otra perspectiva, jamás había visto tanta esperanza puesta en las personas como en ellas dos la vi, tan brillante, tan positiva, tan enigmática, cómo el tono suave de sus voces acariciaban el futuro pintado en un oro brillante, con cuanta emoción relataban lo que les gustaría que sucediera, la fé que inspiraban a quienes las escuchábamos, nunca se conocieron ellas dos, jamás supieron de la existencia de la otra, ni siquiera coincidieron por sólo un instante de su vida, pero ambas además de mostrarse ansiosas por el futuro y por la vida, tienen una cosa en común, decidieron partir de ella.

Hace ya varios meses que había dejado de criticar, relatar e inspirar porque pensaba que las letras dolorosas a veces eran mejores cuando no llegaban a leerse, sin embargo, me es necesario pronunciarme en ésta ocasión dado que la pérdida y la tristeza han sido mis acompañantes por lo menos en los últimos tres meses, por lo que de ello he aprendido y me han quedado muchas cosas por compartir; he de decir que aún años después de haber empezado a ver a la sociedad y al mundo que nos envuelve con unos ojos más cuestionables y menos críticos, sigo sin tener una respuesta acerca de cómo es que los acontecimientos que nos marcan para siempre han de surgir de entre las cenizas, cómo es que las situaciones que creíamos haber dejado atrás nos siguen abrazando y cómo es que llegamos al punto de tomar decisiones que se basan meramente en sentimientos espontáneos pero que son los más fuertes y a veces, los más peligrosos.

No sé cómo funciona el cerebro humano, pero sí sé lo que es perder a la familia y a los amigos, perderlos en forma física y en forma retórica, sé también lo que significa perder el sentido del rumbo, quedarse sin nada, no tener metas y he presenciado el dolor emocional más fuerte que la mayoría de las personas de mi edad, pero, afortunadamente para mí, tuve en los momentos más difíciles, alguien que me preguntó “¿Cómo te sientes?”, tuve amigos que jamás se fueron y familia que siempre se quedó, no voy a decir que todo depende de ello, porque también sé que a veces, por muchas personas que se encuentren acompañándonos, la soledad es más imponente, y entonces, tuve dos cosas que tal vez ellas no pudieron percibir, amor y amistad.

No soy una media de comparación, pero expongo mi caso como alguien que estuvo vulnerable en más de una ocasión, y es que, no hablo del suicidio desde el inicio porque como sociedad, no tenemos identificadas las palabras que pueden hacer la diferencia en una persona para evitar que decida cometer un acto que terminará con su vida, hoy les digo abracen, quieran, disfruten y vivan como quieran, porque aunque el curso natural de la vida termina cuando nuestro corazón deja de latir, el mundo siempre está en constante movimiento, las personas se alejan, la enfermedad aparece y aunque muchos digan que no, la vida se nos para por instantes.

Ayudar, comprender, escuchar y aprender son las cuatro palabras que posiblemente hubieran evitado que se desencadenaran los hechos fatídicos en los que se vieron envueltas aquellas dos mujeres llenas de esperanza, hoy nos culpo a nosotros como sociedad por su pérdida, pero me ocupo de evitar que alguien más tome la misma decisión.

No estamos solos, siempre habrá una cara conocida dispuesta a escuchar sin juzgar, a abrazar y proteger, yo te escucho, yo te abrazo, yo te acompaño.

En memoria de Fernanda Morales y Paola Castillo.

Antes de caer en el olvido

En algunas ocasiones, hemos encontrado escenarios distintos, únicos y efímeros que nos hacen replantearnos la idea de una vida monótona; algunas otras, nos damos cuenta de algunos aspectos que podrán parecernos coincidencia, que nos han llevado a estar en dónde estamos ahora.

¿Qué es la vida? Me preguntaban una vez en una clase de filosofía, y, en ése entonces contestaba que la vida era el periodo de existencia dentro de un mundo material, hoy contesto con toda certeza que la vida, para mí, son los momentos y las personas que tenemos guardados dentro de la memoria. La vida como un significado común, se ha convertido en un concepto monótono y automatizado dónde las personas no hemos de detenernos un instante a ver a las personas que en el presente están, no nos detenemos a disfrutar los detalles, ni nos detenemos a recordar cuan gratificante puede ser simplemente encontrarte con alguien en un momento inesperado, a veces, los humanos le buscamos tanto sentido a nuestro vivir, que descartamos los pequeños detalles que nos hacen justamente humanos dentro de nuestro curso natural, y es que, precisamente quiero abordar esos detalles; muchas de las ocasiones, me atrevo a decir que en la mayoría, le imprimimos un valor a los “detalles”  materiales hasta tal punto de olvidar lo que es realmente importante, concluimos que el detalle más importante es el contenido tangible y no el sentimiento causado por el mismo, entonces así, olvidamos el sabor favorito de jugo la persona con quien solemos salir, olvidamos decirle te quiero a la persona con quien lo sentimos, olvidamos el aroma de la casa de los abuelos, olvidamos tomarle la mano a alguien en un mal momento, olvidamos, porque solemos caminar con una percepción errónea sobre lo que en realidad importa, porque vamos por la vida pretendiendo ser seres perfectos y no nos permitimos equivocarnos, por lo que nos justificamos, así entonces, olvidamos, olvidamos, volvemos a olvidar y finalmente, realmente omitimos razones, momentos, lugares y hasta personas… Aunque todos somos conscientes de la poca importancia que le hemos ido dando a nuestro sentir, siempre he escuchado que las personas odiamos las despedidas, pero es que en el punto que nos encontramos, hemos hasta encontrado innecesario despedirnos de las personas, dejamos a un lado los detalles que hacen de nosotros y de nuestro curso por el mundo verdaderamente memorable y hemos otorgado un valor inferior a las cosas materiales; hemos dejado de disfrutar una fiesta por haber perdido un arete, hemos dejado de cantar en un concierto por no saber cómo vamos a encontrar el auto al finalizar el mismo, pero lo más importante, hemos dejado de valorar los momentos y las personas que están en el presente. No me quiero referir precisamente a la importancia de despedirnos, si no, más bien a la importancia de estar presentes, porque de repente la vida pasa, el mundo gira y la vida cambia, estamos tan desesperados por encontrar personas, lugares y momentos que no vemos más a quienes tenemos hoy, y es que, si en algún momento de nuestra vida, aprendemos a valorar los detalles que realmente importan, en algún momento dejamos de buscar y de preocuparnos por el qué dirán, por el qué va a pasar y por un futuro que no podemos construir si no vivimos el presente, dejamos de vivir en los tiempos verbales equivocados y decidimos vivir en el presente, entonces, descubrimos que tal vez aquel arete perdido era necesario para conocer a alguien dentro de la joyería al intentar conseguir otro par, nos damos cuenta que aquella pérdida dentro del estacionamiento la necesitábamos para reírnos durante tres horas por la torpeza y llegar justo a la hora de la cena, tal vez y sólo tal vez aquella decisión de ir a una fiesta dónde solamente conocías a una persona te regala a personas increíbles para toda la vida, y precisamente de eso se trata la vida, de dejar fluir las cosas y poner el control que solemos ansiar tener en todo momento en pausa, porque los detalles que realmente importan son los que nos permiten acercarnos a las personas correctas, porque los detalles que no tienen un precio nos permiten conocer el valor que alguien tiene al enfrentarse a una situación complicada, nos permiten conocer los miedos más profundos y nos regalan los momentos más inolvidables de nuestra existencia; y aunque parezca incierto porque el valor monetario no puede competir contra el valor implícito, estoy segura de lo que estoy diciendo, porque en unos años, nadie se acuerda de la cantidad exacta de flores que regaló o recibió, si no de quién venían o para quién eran, nadie recuerda lo que tomaron en una fiesta, recuerda con quién estaba, con el paso del tiempo, nadie recuerda el momento en el que se reían dos amigos en la madrugada, si no, el sentimiento que causó aquel instante, nadie pretende recordar con exactitud el momento vivido, si no, más bien la manera en la que lo vivió.

Y es por ello precisamente que digo que, aunque jamás nos despidamos de quienes dejamos una tarde en el olvido, aquel otro día cualquiera en el que decidimos coincidir, puede ser el inicio de algo inesperadamente cautivador.

La razón del sentir

Las relaciones humanas, de la mano con los sentimientos no tienen mucho sentido si nos detenemos a analizarlas, el ser humano se ha denominado superior por ser racional y en ello tal vez es en lo que meramente hemos cometido un error como sociedad. Todos en algún momento de nuestra vida pasamos por situaciones que envuelven sentimientos y nos detenemos a pensar demasiado tiempo en lo correcto, incorrecto, etc. Sin embargo, me atrevo a decir que la mayoría de las decisiones que tomamos respecto a cualquier tipo de relación están dadas por el racionalismo y dejamos de lado nuestros sentimientos; es importante señalar en este punto, que mis letras van dirigidas a situaciones en beneficio de nosotros mismos y sin afán de lastimar a cualquier otro ser humano dado que también existen sentimientos tornados hacia la ira; pero, una vez dicho esto, puedo continuar con la idea principal: La razón del sentimiento o bien, como el título lo indica, la razón del sentir.

Los humanos siempre esperamos el momento correcto para decir las cosas, cosas que tenemos claro que envuelven a sentimientos que tenemos a flor de piel, razonamos, planeamos y por último expresamos, no sin antes asegurarnos que seremos correspondidos de alguna u otra manera, y es aquí donde erróneamente me he detenido a pensar la razón de este cronograma más de cien veces, ¿Por qué es que todo lo razonamos y no lo expresamos? Aunque por el contrario a mí, muchas personas digan que es increíblemente absurdo expresarse sin un plan, sin conocer el objetivo y sin una meta porque todo puede salir mal, la contraparte expuesta en este caso, me ha llevado directamente a convencerme y tratar de exponer que es importante expresar nuestros sentimientos en el momento que nos damos cuenta de su existencia. Ésta parte de expresión se ha vuelto crucial para mí a partir de una pérdida específica y me ha enseñado que la razón sobre el corazón como muchos suelen llamarlo, no está del todo bien, me enseñó que la expresión de sentimientos sobre el raciocinio y los planes, te llevan a conocer personas increíbles cuando menos te lo esperas, te llevan a fortalecer amistades y te acercan a tu familia, de la misma manera he aprendido que el sentir es importante también en otro tipo de situaciones, es decir, que cuando tenemos un mal presentimiento o no hemos de sentirnos bienvenidos en ciertos lugares, no habrá razón alguna siquiera para tolerarlo, no porque el plan lo diga, no porque exista un incentivo económico y por ninguna otra razón tendríamos por que tolerar un sentimiento desagradable. Expresar y actuar de acuerdo al sentir, ha sido una experiencia indudablemente extraordinaria, porque el mundo cambia, las personas se van, la vida no se detiene, y nos encontramos en una posición de vulnerabilidad inminente e inevitable, entonces, siente, permítete sentir a flor de piel, sin vergüenza ni límites, dejemos de tratar a nuestra vida y a nuestros amigos, novios, familiares como un plan empresarial, porque lo único que tenemos seguro es el momento en el que estamos viviendo, y nada con certeza nos podrá asegurar que mañana podremos llevar a cabo tan estructurado plan de vida y de sentir.

 

¿Lo tienes todo ahí?, ¿O es que realmente no tienes nada?

Las relaciones humanas, como siempre se han prestado para ser objeto de análisis a lo largo del tiempo, sin embargo, muchos de nosotros pasamos por la vida como si fuéramos en piloto automático, no nos deteneos a ver más el atardecer, no contemplamos más las estrellas, no volteamos a ver el mar y simplemente dejamos de apreciar lo que es una relación humana en cualquier sentido.

En ésta época de crisis sanitaria, la situación nos ha obligado a sacar lo mejor y lo peor de nosotros, pero como lo mencionaba en meses anteriores, la faceta no ha permitido que nos mostremos por el miedo; si bien, el miedo siempre ha estado presente en nuestras vidas al hacer algo por primera vez, es inevitable evidenciar cómo tenemos miedo de mostrarnos como realmente somos por no ser rechazados o burlados por quienes nos rodean. Hemos aprendido y nos han inculcado a lo largo de nuestra vida a cómo tenemos que ser y qué hacer, qué emociones debemos mostrar y cuáles no, vaya sorpresa que nos encontramos cuando a la hora de hacer una introspectiva nos damos cuenta todas las emociones que no nos hemos permitido sentir o mostrar justamente por el miedo; las relaciones humanas el día de hoy son carentes de sentido y de afecto, pretendiendo competir por un “poder” inexistente, pretendiendo demostrar que podemos más e invadiéndonos silenciosamente de emociones sin valor, las relaciones humanas al día de hoy se han vuelto tan extrañas que ni siquiera nos detenemos por un instante a imaginar la vida de quienes tenemos frente a nosotros, empatía le llaman, prejuzgamos a cualquiera por su aspecto, vida sexual, tatuajes o palabras ajenas que llegan a nosotros, hemos llegado a ser tan superficiales que competimos por ver quién da el regalo más grande, el ramo más abundante de rosas, el coche más caro, el atuendo más extravagante y hasta las comidas más raras pero nos olvidamos de una sencilla cosa dentro de todo, que aquel ramo interminable de rosas se muere, que hasta el coche más caro se desgasta y pasa de moda, que el atuendo más extravagante nos deja de quedar y que las comidas más raras a veces no son las más buenas. ¿Por qué si todo lo tienen en realidad no tienen nada? Porque cuando esto se termina, nos olvidamos que en realidad lo único que importa dentro de todo esto es la emoción y el sentimiento que nos producen los detalles, porque es más linda la sensación que produce una risa o tocar la mano de alguien, que el ramo interminable de flores que no causa más que admiración por su grandeza, la atención, el cariño y el sentimiento verdadero que se impregna en el momento, es lo más importante de todo, porque el día de mañana que nos quedemos sin nada superficial y sigamos con la carencia emocional, entonces estaremos perdidos.

Entonces llegamos al momento dónde nos damos cuenta que sí, que las relaciones humanas son tan raras y tan emocionantes, que a veces los detalles sin precio son los que nos causan más emoción, las relaciones humanas sin piloto automático que nos diga que sentir y que demostrar, son tan extraordinarias, que tal vez y sólo tal vez, nos podamos atrever a cosas que jamás habíamos imaginado que podríamos, porque cuando existe alguien que te enseña el brillo de su alma, sus miedos, sus aspiraciones, y tú estás dispuesto a aprender de aquello, entonces surgen cosas irrealmente buenas.

Porque la vida no se trata de llenar expectativas, no se trata de encajar y no se trata de ir por el camino adecuado, la vida se trata de sentir, de disfrutar, de emocionarse y de experimentar, entonces, la próxima vez que sientas miedo de mostrarte cómo eres por no querer ser rechazado, pregúntate ¿Lo tienes todo ahí?, ¿O es que realmente no tienes nada?