
- Finalizando mis estudios en Comunicación Social – Periodismo de la Universidad Pontificia Bolivariana de la ciudad de Medellín, Colombia.
- Soy locutor en un programa de radio en la emisora: RadioBolivariana. Me apasiona la radio, el podcasting y crear contenidos audiovisuales.
- Soy un apasionado por la música, toco varios instrumentos como guitarra, bajo, batería y teclados, además de que puedo vanagloriarme de mi habilidad para la composición. Si me preguntaran cual es mi mayor pasión, sin dudas diría la música. Soy un fanático de The Beatles.
- Me apasiona la historia, saber de donde vinimos y hacia donde vamos, por ende, me fascina escuchar todo lo que las personas tienen para contar.
- Soy bastante geek. Amo el cine, las series y los cómics. Soy un apasionado por Star Wars, Harry Potter y, mis superhéroes favoritos son The Flash y Spiderman.
2025
Después de tantas batallas, de tantos años enfrentando todo con humildad y alegría, el Papa Francisco I se nos fue. Pero lo más hermoso de Bergoglio es que la última vez que se le vio en público —aunque ya estaba cansado, diezmado, deteriorado por la salud— seguía sonriendo. Y en sus ojos todavía se veía esa esperanza que siempre transmitía. Esa mirada, al menos a mí, me dejó una huella para siempre.
Fui criado en una familia cristiana, católica, apostólica y romana. Sin embargo, desde muy pequeño sentí cierta distancia con la religión y con la Iglesia. Siempre me parecieron ajenas, lejanas. Y con el tiempo, ese sentimiento no solo se mantuvo, sino que creció. Incluso llegó a convertirse en rechazo.
Aun así, recuerdo bien que cuando murió el Papa Juan Pablo II —yo tenía unos siete u ocho años— me dolió. Me impactó. Curiosamente, le tenía cariño porque compartíamos el mismo nombre. Pero tras su muerte, no volví a sentir conexión con ningún líder religioso.
Y entonces, cuando tenía unos quince años, en una etapa donde tal vez estaba más alejado de Dios que nunca, apareció este señor llamado Jorge Mario Bergoglio. El primer Papa latinoamericano. Y, además, argentino. Con lo que yo amo Argentina, su cultura, su gente… ya eso solo me generaba cierta cercanía. Me fue difícil rechazarlo.
Recuerdo bien la primera vez que lo vi en las noticias: un Papa diferente. Sin joyas ni adornos, vestido de blanco, simple. Sonriendo. Y con esa sonrisa empezó a recorrer el mundo, y el mundo empezó a conocerlo. Y, mientras tanto, algunos sectores más conservadores de la Iglesia empezaron a mirarlo con desconfianza. Porque decía cosas como:
“Es mejor ser ateo que mal cristiano.”
“Si una persona es homosexual, busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?”
“La Iglesia debe acoger a todos, todos, todos. No puede echar a nadie.”
“La lógica de la misericordia no excluye a nadie.”
Y no solo lo decía. Hacía. Activó mecanismos para denunciar y juzgar abusos dentro de la Iglesia, nombró a mujeres en cargos importantes, combatió la corrupción, permitió que los divorciados pudieran volver a comulgar… Y poco a poco, esa Iglesia cerrada que conocí de niño empezó a parecer un poco más abierta.
Claro, como toda figura pública, estuvo rodeado de polémicas. Pero Francisco logró algo que muy pocos consiguen: que, más allá de eso, la gente conectara con su mensaje. Logró que muchos dejáramos de lado la rigidez para reencontrarnos con algo más íntimo, más humano. Nos invitó a dialogar con nuestra espiritualidad, con lo divino, sin imposiciones.
Bergoglio me marcó de una forma muy profunda. Logró que pudiera aceptar mi espiritualidad, que pudiera reconciliarme con ella. Me ayudó a entender que la fe es algo íntimo, personal, que no tiene por qué encajar en moldes. Y al entender eso, algo dentro de mí se calmó. Me permitió acercarme otra vez a Dios, de alguna manera.
Hoy, agnósticos, ateos, creyentes de todas las religiones, han lamentado su partida. Y creo que eso resume lo que verdaderamente representa el cristianismo: la unión, la esperanza y, sobre todo, el amor.
Al “Papa Pacho”, como yo le decía con cariño, le debo mucho. Me ayudó a llenar vacíos que no sabía que tenía. Y estoy seguro de que hizo lo mismo con millones de personas.
Gracias, Jorgito. Gracias, por tanto. Anda, tómate unos buenos mates viendo a San Lorenzo desde el cielo celeste y blanco, ese del que viniste para devolvernos la esperanza.
Aparte de haber sido estrellas de rock, ¿qué tienen en común Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison, Kurt Cobain y Amy Winehouse? Todos fallecieron a los 27 años.
Quizás fue la inmadurez, quizás el deseo de trascender, la adolescencia eterna o quién sabe qué. Pero siempre dije que quería ser parte del Club de los 27. ¿Por qué? Porque pensaba que a los 27 se alcanzaba la cima del mundo, que era el punto más alto y que, después de eso, todo empezaba a decaer.
Bueno, acabo de cumplir 27 y, créanme, no he llegado ni a la mitad del camino de mi vida. Es curioso cómo planeamos nuestra vida paso a paso, cómo imaginamos el futuro, nos proyectamos en él y, al final, todo resulta diferente. Cuando tenía 14, 15 o 16, veía los 27 como algo lejano. Creía que tenía todo el tiempo del mundo para hacer tantas cosas y, sin darme cuenta, ese tiempo pasó.
He de admitir que, por vivir tanto en el futuro, se me olvidó vivir el presente. Siempre estoy pensando en el día siguiente o en el día anterior, pero rara vez me detengo a estar en el momento que estoy viviendo. Tal vez por eso, en un abrir y cerrar de ojos, pasé de sentir que tenía todo el tiempo del mundo… a cumplir 27.
Uno de mis errores más frecuentes es seguir haciéndolo: pensar demasiado en el futuro, en lo que viene. Me gana la ansiedad de tener un plan y seguirlo a toda costa. Pero a veces, en este camino que llamamos vida, la ruta se bloquea y no queda más remedio que desviarse, porque no podemos volver atrás. Y si algo he aprendido en los últimos años es que tomar la ruta alterna da miedo, es difícil y no es el camino más sencillo. Pero cuando nos atrevemos a girar la cabeza, nos damos cuenta de que esa ruta alterna tiene los paisajes más bellos.
Creo que un buen ejercicio que todos deberíamos hacer alguna vez es detenernos en medio de ese camino y, por más miedo que tengamos, observar el paisaje. Recordar todos los kilómetros recorridos, con sus baches, tropiezos, lluvias y barro… pero también con sus momentos buenos, sus vistas espectaculares y todo lo que hemos aprendido.
En algún momento de nuestras vidas nos pidieron hacer un proyecto de vida: escribir, dibujar o planear lo que queríamos para el futuro. Pero, ¿por qué no detenernos y hacer algo similar con lo que ya hemos vivido? Observar esos puntos en los que nos desviamos del camino original y reconocer cómo esas rutas inesperadas nos han traído hasta aquí.
Vivimos en un mundo donde no podemos parar. Nos han enseñado que quien se detiene, pierde. Así es la vida, así nos tocó. Pero con la misma rebeldía con la que alguna vez dije que quería morir a los 27, ahora quiero detenerme un momento. No para lamentarme ni reprocharme nada, sino para ver a la gente correr, para mirar mis propios zapatos desgastados, tomar aire… y seguir adelante.
Porque si algo he aprendido es que esto apenas comienza. Y, a veces, lo importante no es ganar la carrera, sino cruzar la meta.
No voy a morir a los 27. Solo quiero tomar un segundo aire para seguir en ruta y, ¿por qué no?, ganar la carrera.
El 2025, como es costumbre, empezó movido. La interminable cruzada entre Donald Trump, presidente electo de Estados Unidos, y Latinoamérica otra vez vuelve a aparecer en el mapa. Pero hoy no quiero hablar de ideologías políticas y las coyunturas geopolíticas que esto atrae, no. Quiero hablar desde una de mis características más fuertes que, depende de quien lo vea, puede ser una gran cualidad o un gran defecto y es mi sensibilidad.
Para no ahondar mucho en detalles, soy una persona a la cual, aunque no quiera, le afectan mucho las cosas que ocurren, sean buenas o malas y toda esta coyuntura no es la excepción.
Para quienes no lo sepan, el presidente de la República de Colombia, Gustavo Petro, lanzó una serie de trinos en la madrugada del 27 de enero, avisando que el primer vuelo con compatriotas deportados desde Estados Unidos, aterrizaría a primeras horas de la mañana en Bogotá e invito a recibirlos con flores y banderas. Sin embargo, varios minutos después, el mandatario volvió a publicar en su cuenta de X, que no permitiría el ingreso de los vuelos, a menos que fueran devueltos en vuelos comerciales.
Por supuesto, esto molestó en sobremanera al presidente americano, el cual anunció que suspendería la expedición de visados y pondría aranceles del 25% a todos los productos de exportación, aumentándolos en una semana al 50%, a menos que el presidente se retractara de su decisión.
Afortunadamente, después de casi 12 horas de tensión, la situación se pudo solucionar de forma diplomática. Sin embargo, esas 12 horas se hicieron eternas, sobre todo, con la cantidad de información que llegaba, apoyando o atacando la situación y aprovechando la coyuntura de polarización global para confundir aún más a las personas.
Esta coyuntura, para mí, fue la gota que rebosó el vaso, pues desde hace un tiempo, el grupo guerrillero ELN ha estado asediando el país, en especial, la zona nororiental, una región llamada “Catatumbo”, ubicada en el departamento de Norte de Santander.
El problema radica en que cada vez este grupo se está haciendo más y más fuerte. Los invito a que googleen en el área de noticias “Catatumbo”, o “ELN” y se darán cuenta de la crisis social que se está viviendo en el país.
Para mi fortuna, yo nunca he sufrido la violencia que se vive en Colombia de primera mano. Vivo en una ciudad en la que, pese a todo, es muy poco lo que ocurre. Pero, como todo niño que nació a finales de los noventa y creció a principio de los 2000, las primeras noticias que veíamos eran la guerra en contra de los grupos armados, ya fueran guerrillas o paramilitares. De hecho, hay un miedo muy común que compartimos los niños de ese momento y es viajar en carretera de noche, por miedo a que “nos secuestrara la guerrilla”.
Si así era el panorama para mí, que pude crecer con comodidades, no me quiero imaginar lo que fue vivir de primera mano la guerra del país.
La violencia ha sido algo común en Colombia. Todos, tengamos la edad que tengamos, hemos escuchado o vivido historias con ella, seamos de la clase social que seamos. Sin embargo, desde que era muy pequeño, no sentía esta sensación que tengo hoy por hoy, esa sensación de angustia, ansiedad e incertidumbre por no saber lo que pueda pasar.
Les voy a ser honesto, ya no me gusta ver, oír o consumir noticias. Me ponen los nervios de punta. Pero por mi rol de Comunicador, debo mantenerme muy informado de lo que pasa en el país y en el mundo. Esto causa que, cada día más, la ansiedad y miedo crezcan.
Tengo miedo, pánico si se quiere. Me aterra el futuro, tengo miedo de que en algún momento, así como les pasó a miles de hermanos venezolanos, cubanos y nicaragüenses, tenga que dejar todo, separarme de quienes amo por tener que buscar en otro país un futuro mejor, por las rabietas de quienes nos gobiernan. Tengo miedo de la incertidumbre que da pensar en no poder volver a estar tranquilo porque los grupos armados tomarán el control. Tengo miedo de vivir una guerra, de que todo cambie, de que en un punto tengamos que sobrevivir a como dé lugar.
Podrá ser extremadamente fatalista de mi parte, sí. Pero, a veces, no suena tan descabellado que, por simples pataletas de nuestro presidente, Colombia vuelva a ese lugar en el que parecía no haber futuro.
“Hubo un tiempo en que fui hermoso
Y fui libre de verdad
Guardaba todos mis sueños
En castillos de cristal”
− Charly García
Han pasado ya diez años desde 2015. Para ese entonces tenía 17 años y tenía muchas metas y sueños. Algo que me ha caracterizado siempre ha sido el pensar demasiado en el futuro tanto como en el pasado, un problema que, hoy en día, aún me aqueja.
Tener todo esto encima me ha hecho desviarme de vivir el presente, de experimentar el momento en el que estoy y ocuparme por lo que ocurre, para poner una mochila en mi espalda con problemas que aún no han ocurrido, o cosas que pasaron y ya no hay manera de cambiarlas. En ese afán de vivir y cumplir mis propias expectativas, todo fue ocurriendo demasiado rápido, demasiado efímero, demasiado inexplicable.
Esa misma velocidad y afán por vivir en otro momento que no sea el ahora, me hace caer en cuenta que, la vida, es lo más efímero que tenemos. Pensamos demasiado en lo que viene y nos quejamos de lo que ya se fue; sin embargo, no podemos encapsularnos en esto y debemos entender que hay que vivir en el aquí y el ahora. Creo que es algo que nos han dicho mucho, pero cada segundo, cada respiro, cada palabra, cada paso o decisión podría ser la última de nuestras vidas y nosotros no nos damos cuenta o lo tomamos muy a la ligera.
Hace diez años, ese Juan Pablo de 17 veía el 2025 como algo muy lejano. No obstante, ya estoy aquí, como en un parpadeo, como si el tiempo hubiese corrido una maratón que no permitió pensar en todos los planes que tuve y que, en realidad, ninguno se cumplió. Porque sí, todos los sueños que tenía para ese momento, ninguno se hizo realidad. Pero no es porque no haya peleado por ellos; es porque, simplemente, en el transcurso del tiempo, esos sueños cambiaron, yo cambié y el mundo a mi alrededor cambió y, como lo dijo Charly, guardé tanto mis sueños en castillos de cristal, que se quedaron ahí, adornando una repisa imaginaria,, la cual miraba de reojo al pasar, mientras en este camino tan raro de la vida, otros sueños aparecían y les hacían compañía o, simplemente, eran realizados sin darme cuenta. Y es que mirando en retrospectiva, he cumplido muchos sueños y metas, pero no eran los que tenía hace diez años, sino que han sido otros que, al conseguirlos, me di cuenta que estaban.
Puede ser un poco antagónico y contradictorio, hasta yo mismo me siento un poco confundido tratando de desenmarañar mi mente y poner en palabras todo eso que me ha tenido pensando estos días, ese deseo de poder volver al pasado y darme estas mismas palabras confusas de que: la vida es muy efímera como para pasarnos pensando en lo que pasó o pasará, sin pensar en lo que está pasando. Sin embargo, jocosamente, estaría cayendo en ese mismo círculo vicioso que he mantenido.
Cómo lo dije al principio, quizás en ese afán de pensar en lo que haré mañana o en cuantas personas estarán leyendo este artículo, no estoy pensando en que este podría ser el último artículo que estoy escribiendo, que estas sean las últimas palabras que dejé en vida o que sean apenas las primeras de miles que escribiré. Lo único que tengo claro con absoluta certeza es que, al estar aquí, viviendo el ahora, es un regalo, el cual destaparé sin leer la tarjeta y rompiendo la envoltura, para poder aprender a seguir viviendo, seguir caminando y que, así, en ese último respiro, pueda estar tranquilo al recordar lo que estaré viviendo en ese momento.
2024
Hace unas cuantas semanas, iba en mi auto con mi novia. Estaba sonando la playlist del concierto de Sir Paul en Nueva York: Good Evening, New York City. La canción de turno era Hey Jude; sonó el final, cuando él deja que el público cante “Na, na, na, nanana, Hey Jude”, y le dije a mi novia −algo que me pone demasiado triste es que, jamás en la vida, voy a poder cantar en vivo eso, jamás voy a verlo en persona −le dije con tristeza.
En el año 2012, a Bogotá, vino por primera vez Sir Paul McCartney a Colombia. Por mi edad no pude asistir a verlo, era para mayores de 15 años y yo tenía 14. Tiempo después, en el 2017, anunció que vendría a Medellín, mi ciudad. Ya no tenía que preocuparme por pasajes y hospedajes, podía verlo; era mi momento de estar frente a frente con mi mayor ídolo. Pero faltando dos meses, por razones externas a él, se canceló el concierto.
Yo ya estaba profundamente resignado a que jamás lo vería. Simplemente no era para mí, o eso pensaba yo. Pero como es la vida que, pocos días después de que ocurriera la situación en el auto, fue oficial; Paul McCartney regresaba a Colombia, a Bogotá, con su tour Got Back y, al momento que salieron los boletos ya tenía el mío en el carrito.
2.600 metros más cerca de una estrella llamada Paul
El sueño comenzó en el aeropuerto local Enrique Olaya Herrera de la ciudad de Medellín, el 31 de octubre a las 2:50 de la tarde. El día estaba soleado y hacía bastante calor.
Junto con mi madre, siempre dispuesta a acompañarme a cumplir mis sueños, abordamos un avión con destino a Bogotá. El aterrizaje fue complejo; hubo muchísima turbulencia ya que, si por algo es conocida la capital, es por su clima frío y lluvioso, ¿y cómo no? Si está a más de 2.600 metros sobre el nivel del mar.
Una vez atravesamos la capa de nubes logramos aterrizar en el aeropuerto El Dorado. Para nuestra fortuna, no estaba lloviendo mucho que digamos pero si estaba haciendo bastante frío. Tomamos un taxi con destino al barrio Chapinero. Un barrio tradicional de Bogotá en donde, entre muchas cosas, está ubicado el estado El Campin, lugar en el que se desarrollaría el concierto.
Al llegar al hotel, desempacar y dejar todo listo, era momento de descansar, el día siguiente sería el gran día de ver a Paul McCartney, el ídolo de mi vida.
A la mañana siguiente, la primera misión era conseguir impermeables; ya que, por estos meses, es la temporada de lluvias en Colombia y, los días, suelen ser bastante bipolares.
Una vez conseguimos los impermeables, caminamos por toda la calle 53 para llegar a El Campin. En teoría, el primer filtro sería abierto a las 3:00pm y las puertas del estadio a las 5:00pm, en teoría…
The Long and Anxious Road
Llegamos a las 3:30 y la fila ya era bastante larga, nuestra localidad era gramilla, que era justo detrás de VIP; pero al ser la localidad que es de pie, era la localidad con más personas. Para nuestra suerte, no fue tan grave y, para pasar el primer filtro, estuvimos aproximadamente una hora. Ahora sí, se venía la larga espera, ya que el segundo filtro, la entrada a la cancha, no estaba habilitado aún.
Para mi suerte, justo al momento de entrar, comenzó la prueba de sonido y se alcanzaron a escuchar Coming Up, de su álbum McCartney II y Lady Madonna, canción de The Beatles. Gracias a esto, la espera no fue tan aburrida, sin embargo, la ansiedad se acrecentaba, por lo que el tiempo no corría, fue una larga y ansiosa espera, o ¿camino?
Como había mencionado, las puertas del estadio se abrían a las 5:00pm, sin embargo, fueron abiertas casi a las 6:30pm, la fila avanzaba lenta, pero avanzaba, al menos se estaba moviendo y logramos pasar el segundo filtro y entrar al estadio casi a las 7:00pm más o menos y, ahora sí, a esperar dos horas.
La espera se estaba haciendo eterna, aproveché para sentarme y dormir un poco, o bueno, más bien descansar los ojos.
Aproximadamente a las 8:00pm, comenzó a sonar una de mis canciones favoritas de The Beatles, I Am The Walrus, rápidamente me levanté y, resulta, que era el DJ que fue algo así como telonero, haciendo un ‘mix’ de canciones de The Beatles. O sea que podríamos decir que ellos fueron los teloneros de Sir Paul McCartney.
Los fantasmas del pasado
A las 8:30, todavía se veía demasiado espacio en las tribunas y en gramilla. Y antes de continuar, debo contarles algo sobre los conciertos.
Cuando un artista de la talla de Paul McCartney hace una gira mundial, sus productores y managers no hacen los tratos en los diferentes países. Ellos, anuncian que realizarán una gira y, los empresarios de distintos países envían las peticiones para tener al artista, en este caso, en Colombia. No obstante, esto no es tan fácil, deben cumplirse ciertos requisitos, uno de ellos es que se venda la totalidad de la boletería porque, bueno, es Paul McCartney. Si esto no ocurre, el empresario es el que tiene que hacerse cargo y, si el artista quiere, puede cancelar el espectáculo.
Días antes, aún se estaban anunciando boletas muy baratas, tenían que llenar El Campin a como diera lugar. Pasa que, como en todo el mundo, la situación económica del país no es la mejor, sumado a esto, los empresarios sacaron boletería extremadamente costosa, incluso, para ser Sir Paul McCartney, para el colombiano promedio era bastante difícil pagarlo. Por este motivo, en mi cabeza comenzaron a retumbar los fantasmas de aquel 2017. No hubiera culpado a Sir Paul, al fin y al cabo el pone unas condiciones y, si no se respetan, está en todo su derecho. Pero si no lo veía esa noche, jamás lo vería.
He de admitir que mi cuerpo se comenzó a llenar de ansiedad y miedo. Pero, en un momento, faltando 30 minutos para el arranque del concierto, giré mi cabeza y no le cabía un alma al estadio. Los fantasmas se fueron y ya no había marcha atrás, iba a ver a mi máximo ídolo.
El sueño se convirtió en realidad
A las 9:00pm, puntual como un reloj, se encendieron las pantallas del escenario y se apagaron las luces. Un video en ascenso mostrando la Royal Liver Building, emblemático edificio de Liverpool, acompañado de sus canciones. El video tenía como protagonista la carrera de Paul. En las ventanas y cornisas había fotos de él cuando era pequeño, de The Quarry Men (nombre anterior de The Beatles), The Beatles con Pete Best y Stuart Sutcliffe (ex miembros), Brian Epstein, George Martin, la Beatlemanía, John, Ringo y George. El concierto en la azotea, Wings, Linda McCartney y todas sus vivencias a lo largo de sus más de 60 años de trayectoria artística. El video culminó con su famoso bajo Hofner en forma de violín y un degradado lento a la oscuridad.
A las 9:30 en punto, salió al escenario. Elegante, derecho y señorial, abriendo el concierto con Hard Day’s Night.
Cuando acabó su primera canción, los aplausos se quedaron cortos y, las lágrimas de emoción comenzaron a caer por mi rostro. Saludó al público en español −hola Bogotá, ¿cómo están rolos? −forma en la cual le decimos a las personas de la capital en Colombia.
Siguió con Junior’s Farm y, luego con Letting Go que, en esta última, los vientos se ubicaron en las escaleras de la tribuna oriental, sorprendiendo a todo el público con el show.
No voy a ahondar mucho en el orden de las canciones porque, honestamente, no lo recuerdo, solo recuerdo cada momento y cada detalle, pero no en orden; o tal vez sí, pero la emoción del momento muestra el recuerdo como un solo momento de fervor y obnubilación total por el ex Beatle.
El momento más hermoso fue cuando tomó su guitarra acústica y, el solo, en el escenario, empezó a interpretar Blackbird mientras parte de la tarima se elevaba mostrando otra pantalla, que proyectaba un bosque en el crepúsculo con varias aves negras volando.
Aquí quiero hacer un inciso, porque esta canción en mi vida ha significado muchísimo, porque en momentos en donde creo que no voy a poder seguir, donde me he visto derrotado, simplemente debó seguir, así, derrotado. Tal y como lo dice la canción −toma estas alas rotas y aprende a volar −en ese momento me fue inevitable no resistir el llanto. Todos los malos momentos que he atravesado en mi vida, se llenaron de un sentimiento de profunda nostalgia y amor. Sentí tantas emociones que me es difícil explicarlas en este texto.
Luego, siguió con Here Today, canción que le escribió a su amigo y ex compañero de banda John Lennon. Durante la canción, se comenzó a proyectar el universo en las múltiples pantallas, haciendo alusión, creo yo, a la canción Across The Universe de que escribió John para el último álbum de The Beatles, fue, sin duda alguna, bastante emotivo, ya que siempre tuvo a sus dos compañeros que ya no están, John Lennon y George Harrison, presentes dentro del espectáculo.
Aquí volvió a subirse la banda, para ese momento creo que no podía sentir más emoción, era humanamente imposible. Pero que equivocado estaba. Apelando a la nostalgia, juntó a sus músicos en el centro del escenario para tocar canciones del inicio de su carrera en Liverpool. Comenzando con In Spite Of All The Danger, de The Quarry Men. Para pasar a Love Me Do, primer sencillo que grabaron ya con el nombre de The Beatles y ya en manos de George Martin en Abbey Road Studios.
Después de ese toque de nostalgia, tomó la lira y comenzó a interpretar Dance Tonight, pero aquí el show se lo robó su baterista Abe Laboriel, que tocando el bombo de pie, comenzó a bailar de forma extraordinaria.
Después, de esto, Sir Paul atacó con todo al corazón e interpretó Now And Then, una canción escrita por John Lennon, la cual nunca se publicó y, junto a Ringo Starr, lograron recuperar guitarras de George Harrison y juntarse nuevamente, para que The Beatles sacaran una nueva canción, casi 50 años desde su separación.
Siguiendo con el concierto, se quitó su guitarra, y tomó el ukelele para comenzar a interpretar de una manera soberbia Something, canción escrita por George Harrison, en la cual en las pantallas le hizo un sentido homenaje a su amigo.
Pasó este momento, interpretó canciones de su repertorio como Live And Let Die con el tradicional despliegue de explosiones y pirotecnia, New, Come On To Me, dio paso a Let It Be, apelando nuevamente a la nostalgia, ahí aproveché y me saqué un pequeño video con el tatuaje que llevo en mi brazo que, justamente, dice Let It Be, porque también hay que presumir. Además tocó My Valentine, canción que le escribió a su esposa Nancy la cual se la dedicó y, además, proyecto el video de la canción, que tiene como protagonistas a Natalie Portman y Johnny Depp, haciendo la letra en lenguaje de señas.
Por último, se sentó en el piano frente al público y comenzó a tocar Hey Jude. Para mí fue el momento más feliz del concierto, en especial cuando todos los que estábamos allí comenzamos a cantar el “na na na na, Hey Jude”. Mientras el decía −ahora solo los hombres, papacitos −y luego −ahora las mujeres, mamacitas −por mi cabeza solo pasaba ese momento en donde comenzó esta historia, yo resignado pensando que jamás lo vería en vivo y en directo… Pero ahí estaba, como una ironía de la vida mostrándome que jamás se debe renunciar a un anhelo, por más que no se vea luz al otro lado.
Cuando terminó, hizo un pequeño receso de cinco minutos y salió ondeando la bandera de Colombia, la del Reino Unido y la de la comunidad LGBT, ya que siempre ha sido un fiel defensor de la equidad, el respeto y el amor.
Luego de guardarlas, comenzó a interpreta I’ve Got A Felling, otra canción que es del álbum Let It Be de The Beatles y, al final, se volteó a mirar a la pantalla grande a ver como se proyectaba a John Lennon, en el famoso concierto de la azotea cantando su parte de la canción, y la terminó diciendo −amo esta canción porque puedo tocar nuevamente con mi buen amigo John −aquí ya no habían lágrimas, estaba completamente seco.
Después comenzó a sonar Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (Reprise), y en mis multiples vistas y escuchas de sus conciertos, sabía que la empataría con The End pero no fue así. Siguió con Helter Skelter, canción que es considerada como un preámbulo para el surgimiento del heavy metal, y la locura fue total, además de tocar Birthday dedicándola a todos aquellos que estaban cumpliendo años.
Por último y, antes de sentarse al piano, agradeció a cada una de las personas que habían contribuido con el show y a todos los que lo acompañaban en su gira, no dejó a nadie por fuera y, obviamente, nos agradeció a todos, para después cerrar con la sorpresa, el medley del álbum Abbey Road, Golden Slumbers, Carry That Weight y, ahora sí, The End. Cerrando la noche más maravillosa de mi vida con el final de esa canción que también significó el final de The Beatles, pero el comienzo de una leyenda “…and in the end, the love you take is equal to the love you make”, al final, el amor que recibes es igual al que das”.
A pesar de que ya se le notan los años y que, a veces, se le notaba que le pegaba la altura. Sir Paul jamás se detuvo a tomar agua, siguió su show dándolo absolutamente todo, mostrándonos que, aunque increíble que parezca, es un ser humano, un increíble ser humano que es parte de mí, parte de todos. Parte de abuelos, padres e hijos que estábamos reunidos ahí para presenciar su grandeza.
Él es el músico más grande de todos los tiempos, es multimillonario, él no necesita seguir dando conciertos o sacando música. Podría estar en su granja en escocia, disfrutando con su esposa de la vejez; pero en cambio, nos sigue honrando con su talento y su amor, haciéndolo porque es lo que él ama, pero también, mostrándonos a todos los que nos marcó, que nos ama. Porque el amor que recibes es igual a todo el que das.
Sir James Paul McCartney, un ex-Beatle, a compuesto alrededor de mil canciones, entre las que están registradas bajo McCartney/Lennon, las que escribió para Wings, colaboraciones y canciones no publicadas, multiinstrumentista, revolucionario en técnicas de grabación de estudio y más de 67 años de carrera.
La respuesta lógica a la pregunta del título sería que sí, pero hay más cosas que analizar, como el gusto personal de cada persona y su punto de vista; sin embargo, creo que, al menos, vale la pena analizar un poco esta afirmación que lanzo.
Muchos han sido los músicos que han marcado un antes y un después en tan maravilloso arte, Bach, Mozart, Beethoven, Vivaldi o Chopin creando piezas maestras, sentando presidentes en el ámbito de la composición clásica. Louis Armstrong siendo pionero en el jazz o Robert Johnson en el blues.
Cada uno de ellos puso un granito de arena para influenciar la música y a los nuevos artistas que venían pidiendo pista como Elvis Presley, Chuck Berry o Little Richard. Y a pesar de todo esto, a finales de los años 50 en una iglesia en Liverpool, Inglaterra, se conocieron John Lennon y Paul McCartney, dividiendo la historia de la música en dos.
Probablemente, si usted le pregunta a su artista favorito, el le va a responder que ha tenido como influencia a The Beatles y, si no, va a decir que lo influenció alguien que, su influencia fueron The Beatles. Pero vamos también más allá, y es que ellos implementaron la multipista al estudio, es decir, grabar instrumento por instrumento y luego mezclarlos. Esto permitió que, no solo hubiera un sonido más claro, sino agregar más instrumentos sin necesidad de tener varios músicos a la vez. Y más allá de esto, McCartney a compuesto canciones icónicas, nada más y nada menos, Yesterday, es la canción más versionada de todos los tiempos.
Creo que ya he dado los suficientes argumentos para poder defender mi afirmación, no obstante, voy a apelar a mis sentimientos ahora. Yo nací en 1998, es decir, Sir Paul McCartney tenía 56 años, es decir, ya tenía casi 40 años de carrera, dos generaciones aproximadamente. Aun así, logró marcarme y llegarme desde que estaba muy pequeño, tanto que llevó tatuadas en mi piel dos de sus canciones. Pero no solo a mí, a marcado a tres generaciones, ha hecho que muchos quieran seguir sus pasos y se hayan vuelto genios musicales, que siguieron transformando la música.
Muchas veces, los compositores, tenemos miedo de salirnos de lo tradicional o, simplemente buscamos letras, o muy profundas, o sencillas, sin salirnos de nuestra zona de confort. McCartney nunca ha tenido miedo a arriesgar. Ha mezclado géneros musicales, experimentado con diferentes instrumentos y en diferentes ámbitos. No solo en la música popular, sino que ha compuesto oratorios como Liverpool Oratorio, Ocean’s Kingdom, que es un balé; además experimento con música electrónica con su proyecto The Fireman. Esto lo hace, creería yo, el músico más versátil en la actualidad, todo esto, sin miedo a experimentar.
Hay una canción, canción que me marcó por completo y que me ha acompañado a lo largo de los peores y más complejos momentos de mi vida, Blackbird. Más allá de que es él solo con la guitarra, marcando el tempo con su pie, la cual la hace intima y reconfortante, hay un fragmento de la letra que dice “toma estas alas rotas y aprende a volar”. Para mí, esa frase ha sido inspiradora ha sido inspiradora. Más cuando me enteré que la canción la escribió inspirado en el libro “Matar a un ruiseñor” de Harper Lee, que trata temas sobre el racismo que sufría la sociedad estadounidense en los años sesenta. Me choqueó de manera impresionante porque tuvo la capacidad de hacer que una canción hablando de un tema social y completamente diferente, haya tenido la capacidad de llegarme y, a veces, sentir que la escribió para mí.
Por eso, reitero lo que digo en el título. Sí, Sir James Paul McCartney es el mejor músico de la historia.
Hoy, en el momento que escribo esto, es 17 de agosto del 2024, ya pasó un mes desde que perdí a la persona más importante de mi vida.
Mi abuela, la que me crio, me enseñó los valores y creencias con los cuales crecí, me aconsejó cuando lo necesitaba y reprendió cuando debía hacerlo, partió de este mundo a los 96 años, tranquila, rodeada por todos sus seres queridos, en su casa, de la forma en la que nos enseñó a vivir a todos, en paz, tranquilidad y unidos por el amor que siempre nos promulgó.
Antes que nada, quiero contarles quién era ella. Su nombre es Maria Myriam Vera de Gómez. Hablo en presente porque se y siento, que aún sigue aquí, presente. Era una mujer que nació en un pequeño pueblo en las montañas del norte de Antioquia, en Colombia, llamado Ituango. Cuando era muy pequeña vino con su familia a vivir aquí a Medellín y, lastimosamente, jamás pudo conocer su pueblo natal, ya que gracias a la violencia y la guerra que azota a Colombia hace más de 70 años era demasiado peligroso ir, y más, sin conocer a nadie allí.
Ella es la mujer más fuerte que he conocido. Desde muy temprana edad empezó a trabajar y ponerse a cargo de todo, a pesar de ser la menor de tres hermanas. Fue rebelde y jamás agachó la cabeza, de hecho, ella siempre me decía con su sabiduría y vehemencia: “la cabeza gacha, solo ante Dios”. Se casó y tuvo 5 hijos, tuvo que enterrar a su abuelo y su tía que fueron quienes la criaron, a sus hermanas, a su esposo, a una de sus hijas, cuidó y enterró a sus cuñadas y, jamás, se le vio derrotada ¿triste? Por supuesto, derramó lagrimas como todos, pero siempre firme, igual que un roble. Caminaba erguida y, al entrar a un lugar, siempre se sentía su presencia. Incluso cuando tuvo que empezar a usar bastón, seguía siendo vehemente. Incluso recuerdo como siempre me decía a modo de regaño cuando me veía caminar encorvado “¡Enderécese! Para que caminara derecho.
Yo he sido demasiado afortunado, que tengo una familia maravillosa y, como mis padres trabajaban, me críe con mis dos tías y mi abuelita. O sea que, puedo decir, que crecí con cuatro madres. A todas ellas las amo, pero desde que tengo memoria, siempre que me preguntan “quien es la persona más importante para ti”, he dicho que mi abuelita. Y hoy, con 26 años, sigo repitiendo que es mi abuelita.
Siempre hubo otra frase que he repetido y es “yo no podría vivir sin mi abuelita”. Porque a pesar de cada momento difícil que he tenido en mi vida, cada cosa, por más dura que sea, ella ha estado ahí, a mi lado.
Recuerdo una vez que estuve mucho tiempo en el hospital y ella estaba allí y, si no podía estar conmigo, estaba en la sala de urgencias, pero ahí. Recuerdo que cada momento difícil ella tomaba mi mano, y no tenía que decir, nada, pero al darme su mano yo sentía su fuerza y que todo estaba bien. Incluso en los últimos años que ya, por su edad, no podía escuchar bien, tomaba mi mano y aún sentía esa fuerza que la caracterizaba siempre. Tanta fue esa fuerza que, hasta su último momento, dijo que se sentía bien y se veía bien.
Escribo esto con lágrimas en los ojos y, quiero que usted, querido lector, la conozca sea de la parte del mundo que usted sea. Porque ella dejó huella en donde fuera que estuviese. Todos la recuerdan con cariño y, eso, me llena de gratitud, porque si algo es ella es amor.
Hoy, un mes después, sigo repitiendo esa frase “yo sin mi abuelita no puedo vivir”. Pero, se, que ella aún está aquí a mi lado, tomándome de la mano y dándome las fuerzas que necesito. Lo sé porque se que sin esa sensación de paz que ella siempre me transmitía al tomarme de la mano, la sigo sintiendo, porque estoy seguro que sin esa fuerza, en efecto, yo no podría vivir sin ella.
También, pienso que me diría si me viera derrotado. Me diría nuevamente “enderécese”, entonces, hay que seguir. Créanme, duele. Duele mucho y es demasiado difícil, pero hay que seguir.
Muchas personas dicen que el tiempo lo cura y que se va a hacer más llevadero todo. Pero, lastimosamente, quiero decirles que no es así, es una falacia admitir que todo va a volver a la normalidad. Mientras más pasa el tiempo, más duro se vuelve. Pero como me enseñó mi abuelita, debemos ser fuertes y aprender a vivir con ese dolor tan fuerte. Sin embargo, y es algo que me ha ayudado, es recordar con amor cada uno de esos momentos, buenos y malos, felices y tristes, en los que pasamos juntos y, permitirme sentirla hasta que un día, podamos volver a reunirnos.
Quiero dejarlos con algo que siempre recitaba, un poema de Pedro Calderón de la Barca, pero que ella lo adaptó a su manera y lo hizo suyo:
¿Qué es la vida?
Un frenesí
¿Qué es la vida?
Una ilusión
¿Qué es la vida?
Un sueño
Y los sueños, sueños son…
María Myriam Vera de Gómez
1928 – por siempre
Querido Leo:
Hace unos días ganaste tu cuarto título consecutivo con la selección Argentina, justamente, contra la Selección Colombia. Pero he de serte muy honesto, toda mi vida he hinchado por vos.
Era solo un niño de siete años la primera vez que escuché tu nombre, en realidad no recuerdo si te había visto jugar antes, pero si me acuerdo muy bien del día que me deslumbraste. Fue un 22 de febrero del 2006, lo recuerdo muy bien porque estaba en la fiesta de cumpleaños de un compañero del colegio. Eran unas canchas de fútbol 5, todos los niños del salón estábamos allí para jugar a la pelota, cantar el felíz cumpleaños y festejar. Paradójicamente no recuerdo de quién era la fiesta, ni de cómo se llamaba el compañero, pero si me acuerdo que antes de ir a jugar, pusimos en una tv el partido de la Champions 2005/06, el vigente campeón era Liverpool, al que ya había escogido como mi equipo en Europa, pero. Para ese partido jugaba el Barcelona de Ronaldinho, el mejor jugador del mundo, el que todos peleábamos por fingir ser él cuando jugábamos fútbol.
Era contra el Chelsea, en Londres, todos expectantes para mirar la magia de ‘Dinho’, pero que sorpresa me llevé. tenías 18 años, cabello largo, granos en la cara, la camiseta manga larga que parecía ser una talla más grande, la cabeza gacha y el número 30 en la espalda.
Del Horno, lateral figura del Chelsea campeón de la Premier, imbatible, impasable, sufrió esa noche como nunca, tanto así, que recuerdo que se fue expulsado porque ya no le podían perdonar más patadas de las que te había dado, hiciste lo que quisiste por esa banda.
El partido acabó, ganó Barcelona y, con júbilo, todos fuimos a la cancha a jugar. Todos empezaron a gritar y vociferar “yo soy Ronaldinho”, “No, yo soy Ronaldinho”, “Yo soy Zidane”, y yo, que era el más tímido, siempre escogía ser Beckham, Palermo o Riquelme; sin embargo, esa tarde cambié “yo soy Messi”; nadie objetó.
Desde ese segundo un amor incontrolable había nacido. Yo, al ser un ‘burro’ jugando al fútbol, por respeto a vos, jamás volví a escoger ser vos, pero ese día, me sentía mejor que nunca, porque fingí tener la 30 en la espalda y correr y gambetear como nadie.
El tiempo fue pasando y, junto a vos, mi vida. Fui creciendo, a veces remando a favor y otras veces en contra. Pero tenía la certeza de que cada que vos jugabas, por 90 minutos, todo estaba bien y no importaba nada más.
Recuerdo cuando Cristiano Ronaldo llegó al Madrid y la rivalidad comenzó. Yo tenía muy claro que bando elegir, porque para mí vos siempre fuiste el mejor. Nunca pude entender como con un simple pie a pie, un movimiento de cintura o un cambio de dirección, podías dejar desparramados en el campo a todos los que se ponían delante tuyo.
He de decirte que no fue fácil. Muchas veces peleé con familia y amigos por vos, por llevarte como bandera, por tenerte como el ídolo máximo. No soportaba escuchar a aquellos que te tachaban de ‘pecho frío’, que no reconocían tu talento, que no apreciaban vivir en la época del mejor jugador que mis ojos habían visto jugar.
Sé que para vos tampoco fue fácil, porque siempre has llevado la carga de Maradona en tu espalda, las comparaciones, el constante murmullo de “es que él jamás será como Diego” y sí, tienen razón, porque vos jamás fuiste ni sos como el Diego, vos sos Messi, único e irrepetible; citando al gran Alejandro Sabella “No entremos en comparaciones, Messi es Messi, Maradona es Maradona”. Además de eso, me parecía bastante absurda la comparación, porque si alguien te respaldó, te entregó la capitanía de la Selección y te defendió hasta el último de sus días, ese fue Diego.
Yo sé muy bien que, por más que hayas ganado tanto en el último tiempo, aún te duelen las finales perdidas con Brasil, Alemania y, se que sobretodo, la final de 2016 contra Chile. Lo sé porque yo también las sufrí, en especial cuando te vi llorar como un niño y, luego, cuando renunciaste a la selección; eso a mí, me partió el alma, me rompió por completo.
Verte salir campeón fue una caricia al alma, y verte salir campeón del mundo fue un absoluto. Digo absoluto porque, Baruch de Spinoza, filósofo neerlandés, definió lo absoluto como “lo divino, la sustancia absoluta e ilimitada”. Vos, Leo, sos lo divino, vas más allá de lo humano, y no hablo solo de lo que haces en la cancha sino de lo que me has generado por 20 de mis 26 años de vida.
Me has acompañado en alegrías y tristezas, me viste pasar de niño a adolescente y, ahora, a adulto.
Ahora te repito, hace unos días ganaste la Copa América 2024, pero desde antes, te ganaste mi corazón.
Querido Leo, gracias por siempre estar ahí.
Han pasado ya cuatro años desde que la pandemia azotó al mundo. A todos nos encerraron y vivíamos con la preocupación de contagiarnos y, en mi caso, vivía con el pánico de que algún ser querido se contagiara y falleciera, como las más de 15 millones de personas que ese maldito virus se llevó sin avisar.
Muchos se quedaron sin trabajo, se fueron a la quiebra, miles de personas se quedaron incluso sin sus hogares y a la deriva y con la incertidumbre de que nada volvería a la normalidad.
Muy al fondo de esa pirámide de desgracias que latigaba al mundo entero, me encontraba yo y miles de jóvenes por todo el planeta que fuimos afortunados de poder decir que vivimos en una tensa calma.
Mis padres continuaron trabajando, ningún ser querido falleció y, he de admitir, que no me molestaba mucho el hecho de no tener que salir y poder ejercer mis responsabilidades de estudiante desde la comodidad de mi casa.
A partir de aquí, voy a tomarme el atrevimiento de hablar por todos según mi experiencia. Y es que, al principio, me encontraba muy cómodo. Si alguien se cuidaba, ese era yo. Usualmente me bañaba de alcohol cada que entraba en contacto con algún extraño, no salía ni a la esquina y, cuando lo hacía, me ponía doble barbijo.
Sin embargo, hubo otra pandemia silenciosa, que atacaba lentamente e impedía que pudiéramos detectarla. Yo ya las conocía muy bien, pero esta vez, entraron más fuertes que nunca.
Al principio podía controlarlos, podía mantener la pulseada y tener una cierta firmeza. No obstante, los meses comenzaron a pasar y las noticias de los miles de muertos y contagiados, ya no eran extraños, sino el amigo del vecino, el compañero de alguien o de algún primo lejano.
Los pensamientos intrusivos comenzaron a aparecer. El tener que ver mis familiares cercanos a través de una pantalla, el no poder abrazar a mi pareja y empezar a aislarme de mis amigos; todo eso comenzó a pesar lentamente y, sin previo aviso, estos dos personajes silenciosos comenzaban a ganar la batalla. Sin embargo, yo me mantenía firme.
Llegó el final del 2020, la esperanza comenzaba a brillar nuevamente; las vacunas comenzaron a salir al público y las estrictas restricciones dejaron de serlo. Ya podíamos salir, eso sí, con todas las medidas de bioseguridad y respetando el distanciamiento social.
Me acuerdo perfectamente la primera vez que salí. Fue en diciembre a una cena en un restaurante al aire libre, para celebrar el cumpleaños de una de mis mejores amigas. Estaba muy reacio, pero al final me convencieron de asistir.
Recuerdo que, al bajar del auto, sentí una sensación horrible, una vieja conocida había vuelto. ¿Recuerdan aquellos dos personajes que les mencioné, que eran parte de una pandemia silenciosa? Pues bien, les presento al primero de ellos, la ansiedad. Justamente, por estos días, se estrenó la película de Disney Pixar: Intensamente. Les recomiendo que la vean, ya que trata a la perfección como este sentimiento ataca de una manera muy silenciosa, pero eficaz.
Volviendo al relato, al bajar del auto, la ansiedad me comenzó a invadir. Era mucho peor de lo que era cuando estaba encerrado. Sentía que cualquiera me podría contagiar, empecé a imaginar los peores escenarios, cualquiera que se me acercaba era un riesgo.
La verdad es que con el pasar de las horas el temor al contagio fue mermando, pero, al volver a casa, esa sensación horrible había vuelto a surgir, y me sentía el ser humano más irresponsable del planeta. No podía entender como miles de personas salían a fiestas ilegales o no respetaban las medidas de bioseguridad, pero, para mí, lo que había hecho fue peor.
Ese momento fue un quiebre. Tomé la decisión de no volver a salir de casa, a menos que fuera estrictamente necesario, hasta estar vacunado.
Así, el 2021 comenzó, y mi ansiedad social seguía por las nubes. Para mí “buena fortuna” si se le puede llamar así, yo siempre he sido una persona que poco le gusta salir y alguien muy cerrado, algo muy peculiar para alguien de 23 años; pero esto me ayudó a disimular un poco esa fobia social que había desarrollado, y pasar desapercibido, como si todo estuviera a la perfección.
La normalidad ya era estar en todo momento en mi casa. Las únicas personas con las que convivía eran mi familia y mi novia; para mí, eso estaba bien, no tenía queja alguna.
Pero faltaba un factor detonante me llevaría al límite. El año 2021 se caracterizó por una serie de fuertes protestas en contra de los gobiernos en toda América Latina y, mi país, Colombia, no fue la excepción. No voy a entrar en temas políticos, sin embargo, diré, que el entrar a redes sociales todos los días, la cantidad de información que se manejaba y la presión de esa incertidumbre de no saber qué iba a ocurrir, acabó del todo con mis nervios. Tanto así que comencé a diezmar mi rendimiento académico, a cancelar materias o no tomarlas, porque no me sentía en la capacidad de pensar en otra cosa que no fuera todo lo que estaba pasando afuera de la seguridad de mi casa, ni siquiera, a través de una pantalla.
Lo que pasó después, ocurrió a mediados de ese año. Yo vivo en un barrio muy residencial, tranquilo y, pese a estar cerca de varias avenidas de conexión, es muy silencioso. Pero esa noche, una marcha se aproximaba por una de esas avenidas y, el silencio, se rompió de repente con el sonido de las cacerolas y las sirenas de la policía. Salí a mi balcón y comencé a ver, al menos, 50 motos de policía antidisturbios pasar justo enfrente de mi edificio. Yo estaba solo en casa, sentía el corazón latiendo cada vez más fuerte en mi cabeza. De pronto, ya no podía sentir mis manos, ni mis pies; trataba de respirar profundo y despacio, pero se me hacía imposible, ya que sentía como el aire no llegaba a mis pulmones.
No recuerdo mucho más, tan solo que cuando volví a entrar en razón, tenía mis uñas marcadas en los brazos y estaba sentado en el suelo del balcón. ¿En qué momento me senté? No lo sé, pero ese el primero de muchos ataques de pánico que vendrían.
Esto, a mí, me sumergió en una depresión tan fuerte, que ya ni el tener las vacunas, ni las mayores libertades, me alegraba. Era como si la felicidad del mundo se hubiera perdido por completo.
La situación social mejoró, la pandemia poco a poco quedaba como un mal recuerdo, pero yo estaba sintiéndome cada vez peor.
Con ayuda de profesionales de la salud mental, pude “volver al ruedo”. La universidad nuevamente abrió sus puertas, los barbijos comenzaban a dejar de ser obligatorios y, el COVID, ya no era tan mortal, pasó a ser casi como una gripe muy fuerte.
Desde que todo volvió a la normalidad, ya han pasado dos años. Ahora tengo 26 años, sin embargo y pese a que el mundo literalmente se detuvo por dos años, el tiempo siguió avanzando con total normalidad. Muchos con los que comencé a cursar la facultad se recibieron, con otros perdí el contacto, muchos amigos cambiaron y nos alejamos. De un momento a otro, todo había cambiado dado un giro de 180 grados. A muchas personas, pareciera que el volver no les afectó tanto como a mí. Para ellos fue peor el estar encerrado, que volver a la normalidad, para mí, volver a la normalidad, fue casi como sumergirse en un lago congelado y quedar atrapado bajo el hielo.
Fue casi como un coma, cerré los ojos con 21 años y, de repente, los abrí y tenía 26 años y vi como las personas de mi edad avanzaron, pero yo no, yo me quedé en 2019. Pero como yo, poco a poco fui encontrando muchos. Encontré personas que se habían quedado atrapadas y aturdidas porque el reloj no retomó todo donde había quedado, sino que continuó como si nada hubiera sucedido. Esto me ayudó mucho, ya que esas voces que decían “tienes 26 años y aún no te has recibido”, “a los 26 años yo ya trabajaba”, “tienes 26 años ¿Cuándo vas a madurar?”; eran constantes en la vida de todos los que quedamos sumergidos en ese bucle en el que el tiempo no avanzó.
Han pasado cuatro años desde ese 14 de marzo de 2020, cuando se confirmó el primer caso de COVID-19 en Colombia. Sin embargo, a junio del 2024, aún le reclamo al universo que me devuelva mis dos años de vida, por favor.
La voz de los 80 fue el primer disco de la banda chilena Los Prisioneros, en ella, se encuentra una canción titulada “Latinoamérica es un Pueblo al Sur de Estados Unidos”, que refleja satíricamente lo que es Latinoamérica y cómo nos ve el resto del mundo. El problema radica en que esa misma visión la hemos adaptado nosotros a nuestra visión del lugar en el cual vivimos.
En la actualidad, estamos comenzando a crear una “identidad latina”. Pero, yo pregunto, ¿hay una “identidad latina” en realidad?
Yo quiero que usted, querido lector, me diga que tienen en común un portugués con un español, o un francés con un alemán, o pongamosla así, un inglés con un escocés… todos son diferentes y, a pesar de existir la Unión Europea, que hace que todos los países pertenecientes compartan moneda, facilidad para moverse en sus territorios, entre otros; no existe una identidad cultural europea.
El territorio europeo mide 10,53 millones de kilómetros cuadrados, mientras que el territorio Latinoamericano, es decir, desde Tijuana en México, hasta Ushuaia en Argentina, es de 19,2 millones de kilómetros cuadrados. Casi el doble del tamaño que Europa. Sabiendo esto quiero que retomen la pregunta y la contesten.
Si bien es cierto que compartimos idioma y ciertos aspectos culturales, incluso con Brasil, que hablan un idioma diferente al nuestro; culturalmente hablando no se puede poner en una misma bolsa a todos los que nacimos en América Latina.
Pero volvamos al principio. Los que nacimos en los 90 y crecimos en los 2000 crecimos viendo a Estados Unidos como el país ideal, nos vendían por cielo y tierra el sueño americano. Pero ojo, que esto no es una crítica al Tío Sam, a mí me fascina Estados Unidos, de hecho, una de mis ciudades favoritas es Nueva York; pero no podemos tapar el sol con un dedo. La tv de finales de los 90, principios de los 2000, latinoamérica era México o Argentina. Poco a poco el resto de países comenzamos a aparecer y tener protagonismo, gracias a la globalización, pero no nos adelantemos.
Vamonos atrás, pero no al principio, no a lo que todos sabemos: España, independencia, Bolívar, Agustín de Iturbe, San Martín, O’Higgins, Artigas y la historia de cómo nos liberamos del yugo español. Vamos al final de la segunda guerra, el inicio del concepto de globalización comenzaba a esbozar, y apareció un hombre, Nicholas Spykman, un profesor estadounidense de origen neerlandés y es conocido como el padre de la geopolítica moderna.
Básicamente, en uno de sus planteos dividió el continente americano en seis zonas:
- Zona amortiguadora del norte: Canadá
- Zona continental principal: USA y México
- Zona mediterránea: Centroamérica y el caribe
- Zona amortiguadora del sur: Ríos y selvas
- Zona continental atlántica sur: Brasil y Argentina
- Zona continental pacífica sur: Chile, Perú y Ecuador.
Pero tranquilos, no los voy a cansar con más clases de geopolítica. Pero necesito que lo anterior quede claro para que entiendan el problema que les voy a contar.
Yo soy de Colombia,el país que divide Suramérica de Centroamérica. Según la división americana de Spykman, Colombia está ubicada en la zona amortiguadora sur, lastimosamente para él, hay un pero en este asunto. Colombia tiene una basta región caribeña que pertenece al atlántico, ríos y selvas y, además de esto, una gran costa pacífica. Entonces ¿a qué zona realmente pertenece Colombia?
Les voy a contar algo. Yo nací en medio de las montañas andinas, en la ciudad de Medellín y, puedo decirles, que culturalmente, soy muy diferente a los que nacieron en la zona caribe. “¡Ah, pero eso pasa en todos los países, entre los que nacieron en la montaña, el mar o el llano!” Bueno, también te puedo asegurar que culturalmente, la diferencia entre un colombiano que nació en el pacífico y uno que nació en el atlántico es abismal. Y esto, solo en el territorio colombiano.
Entonces, ¿cómo pueden poner en una misma bolsa a todos los latinos?
Podrá ser redundante con tanta ‘preguntadera’, pero es que es increíble lo que ocurre con América Latina.
Todos nuestros países se desarrollaron con una mezcla cultural de nativos americanos, africanos que trajeron como esclavos y españoles… Todo esto tuvo una mezcla de la cual salieron los criollos, formando culturas únicas, mezclando gastronomías, dialectos, culturas enteras. Y eso que no estamos contando las migraciones a principio del siglo XX a Uruguay, Argentina y Brasil.
Somos un lugar único en el planeta tierra, tenemos recursos y excelentes tierras para habitar. Sin embargo, esto ha causado un interés enorme en las grandes potencias históricamente, por tal motivo es que hemos sido colonizados por, como se dice popularmente, “Reimundo y todo el mundo”. Pero pasa que nuestro gran vecino del norte, está conectado con nosotros y, nadie más que ellos sabe lo valioso e importante que es el territorio latino.
Es por este motivo que, no tan implícitamente, han intentado tener el control del mismo; somos algo así como su patio trasero… Por tal motivo, luego de la Segunda Guerra y, los motivos que esto acarreó para que la geopolítica mundial se dividiera en dos bloques, ellos se aseguraron siempre, siempre estemos de su lado. Aunque, nuestros queridos camaradas del oriente, tampoco se quedaron atrás. Ellos también saben que América Latina es, literalmente, una mina de oro.
En base a esto, siempre podremos decir que Latinoamérica es “pobre y tercermundista” por culpa de factores externos, pero también debemos mirar hacia los factores internos y reflexionar sobre lo que se hace bien y lo que se hace mal. En mi opinión personal y humilde, América Latina debería dejar de escoger un bando y crear su propio bando. Somos un territorio único en el mundo, somos un territorio que si tiene piernas y no camina, corre. Solo debemos sacarnos un poco esa mirada de que somos un pueblo al sur de Estados Unidos, dejar de jalar la cuerda para la izquierda o la derecha y empezar a mirar hacia el frente y, por qué no, comenzar a mirar hacia arriba.
Por estos días se estuvo conmemorando el 30 aniversario de la trágica muerte de Kurt Cobain, vocalista, guitarrista y fundador de Nirvana, uno de los grupos de grunge más importantes de los años 90. Leyendo los diferentes obituarios de los medios y todo lo que escribieron sus amigos y admiradores en sus redes, hubo una publicación que me llamó mucho la atención, y fue la de Dave Grohl, ex baterista de Nirvana y mejor amigo de Cobain.
Grohl escribió un conmovedor mensaje a su amigo y, aprovechó, para recordar también a Taylor Hawkings, otro de sus mejores amigos y baterista de su banda Foo Fighters, quien falleció hace poco antes de tocar en el Festival Estéreo Picnic en Bogotá. Justamente, Foo Fighters es una de mis bandas favoritas. Es, a mi consideración, la mejor banda de rock del siglo XXI.
Y es que tras el trágico suicidio de Cobain, Dave Grohl entró en una fuerte depresión, la cual, sobrellevó componiendo y creando música, en el estudio de su amigo Robert Lang en Seattle, Estados Unidos en 1994. Él grabó todos los instrumentos y, con la ayuda de Capitol Records, sacó el álbum Foo Fighters y decidió crear una banda bajo el mismo nombre.
Desde que era muy pequeño, Foo Fighters ha sido de mis bandas favoritas y, en mi opinión, Dave Grohl es uno de los mejores músicos en la actualidad, ya que concibe cada instrumento, cada canción y cada melodía, pensando en su instrumento principal, la batería.
He de admitir que, pese a que tuve un momento en el cual disfruté mucho de Nirvana, y admiro profundamente su trabajo e influencia en el grunge, no es mucho de mi agrado. Claro que sé canciones y las cantó fuerte, claro que disfruto de ese sonido de garage con un toque de furia y desafine. Pero Nirvana no me transmite eso que si logra Foo Fighters. Nunca pude sentir acongojamiento en el corazón así como si lo siento con My Hero, Times Like This, Everlong o Long Road To Ruin. No me logra transmitir la adrenalina y energía que si logra The Pretender o All My Life.
Pese a que gozo mucho con canciones como Smells Like Teen Spirit, Breed, Territorial Pissing o Rape Me, nunca he podido tener la misma conexión ¿por qué? bueno, es de esas hermosas incógnitas que nos brinda la música.
Durante todo el día me estuve preguntando, ¿qué habría pasado si Cobain no hubiese decidido acabar con su vida? ¿Nos habríamos perdido de Foo Fighters? o quizá, su adicción a la heroína habría hecho que rompieran y, tal vez, solo habría retrasado la creación de los Foo’s.
Obviamente, me sentí muy mal por haber tenido tan crueles pensamientos. Ya que, ojalá, Kurt no hubiese pasado por esas difíciles situaciones y hubiese seguido alimentando la historia de la música con su fuerza y distorsión. Pero luego me puse a pensar en la fragilidad de que tantas cosas no hubiesen ocurrido. Con un segundo de retraso, un monosílabo como respuesta, o cualquier nimiedad, todo habría cambiado, en este caso, en la música.
Si Kurt Cobain no falleciese, entonces Grohl no habría creado Foo Fighters, no habría entablado una relación tan sólida con Taylor Hawkings y, tal vez, solo tal vez, el destino de todos ellos habría sido otro.
O que tal si Paul McCartney no hubiese estado en aquella feria para ver tocar a The Quarryman ¿no habría Lennon-McCartney? ¿Qué habría sido del mundo sin The Beatles?
Son tantas preguntas sin respuesta porque son supuestos. Sin embargo, esto me llevó a la conclusión de que tan frágil pueden ser los aspectos que nos definen, ya que gran parte de mi es gracias a The Beatles, y, digamos que, mi banda sonora de vida, en gran parte es Foo Fighters. Y esto, en otros aspectos de la vida, no solo en la música.
Puede ser la teoría del caos, el efecto mariposa o alguna teoría rara que se venga a la mente. pero me parece sorprendente como tantas cosas han podido mostrar lo que nos define, lo que somos, como una canción, un momento, una persona, una película o, simplemente, un tipo en otro hemisferio que hizo catarsis para la depresión y, eso, marcó para siempre mi vida.
En medio de las montañas de la cordillera central, se encuentra un pequeño valle. Es muy pequeño; es, de hecho, un hueco, como si alguien hubiese puesto su pulgar en medio de la cadena montañosa. De ancho solo son 20 kilómetros de ancho y tan solo 60 kilómetros de largo. Allí, se encuentran varias ciudades que están conectadas entre sí, en un área metropolitana denominada Valle de Aburrá. Sin embargo, la más grande, famosa y, la que queda en el centro, es Medellín.
Medallo, como le decimos de cariño los paisas (aquellos que nacimos en el departamento de Antioquia) es un paraíso en medio de las montañas. Es la única ciudad con metro en Colombia, sin ser la capital de la nación. Es un lugar único, con un clima primaveral, gente amable y trabajadora, que les caracteriza el orgullo por su tierra.
Lastimosamente, Medellín, es más conocida por otros aspectos; aspectos del pasado que, a la humilde opinión de este paisa que escribe esta columna, nos hace personas más fuertes, resilientes y, como decimos aquí “echa’os pa’lante”. Y es que nuestros padres y abuelos vivieron casi dos décadas de infierno. En un país tan violento como Colombia, Medellín era la base de operaciones del Cártel de Medellín, dirigido por Pablo Escobar. Aquellos que nacimos en los 90 y los 2000, cargamos con una mochila muy pesada, que nos asocia con este personaje, la droga y la violencia. De hecho, en nuestro propio país, hay compatriotas que nos culpan por ese estigma que cargamos los colombianos.
No obstante, como dije anteriormente, la ciudad salió adelante. Dejó ese oscuro pasado atrás, para ser un lugar próspero. Es más, muchísimas personalidades se han encargado de dejar el nombre de Medellín en alto, para que nos asocien con ellos. Personalidades del talante de Juanes o Elkin Ramírez, Karol G, J Balvin o Maluma, que sus canciones retumban desde aquí, hasta Nueva York, Los Ángeles, Madrid, Londres o París. Artistas como el maestro Fernando Botero, Débora Arango o Fernando Vallejo, entre otros, deleitan con sus obras y son reconocidos en todo el mundo.
Pero da igual que tengamos mil y un reconocidas personalidades que dejen el nombre de Medellín en alto, y limpien esa imagen de violencia y muerte, si nosotros mismos, preferimos resaltar esa imágen para el mundo.
Colombia, se ha prestado para hacer series o películas acerca del narcotráfico. Pero en vez de mostrar lo que fue esa realidad, los muertos, el dolor, el sufrimiento y el miedo; prefieren exaltar la vida de lujos, autos, dólares y mujeres voluptuosas y jóvenes sin fin, mientras hacen fiestas en piscinas o yates con drogas y alcohol ilimitados. Hay excepciones, claro que sí, como lo es Escobar, El Patrón del Mal, en cuyas imágenes, no escatiman en mostrar imágenes crudas y fuertes de esos momentos, pero eso no es lo que vende ¿verdad?
El auge de estas series, sumado a los artistas que han dejado el buen nombre de la ciudad en alto, aumentó el turismo. Lugares de la ciudad como El Pueblito Paisa, la Comuna 13, el barrio Provenza o el Parque Lleras o la Plaza Botero, se volvieron atractivos para los visitantes. Sin embargo, nosotros mismos, nos encargamos de hacer souvenirs con la cara de Pablo Escobar. Camisetas y gorras que dicen El Cártel, El Patrón, La Mafia; y que las personas lucen con orgullo e impunidad.
Lo voy a poner así y créanme que no es, para nada exagerado; esto, está al mismo nivel que si yo voy a Alemania o Polonia, con una camiseta con simbología Nazi, o con una foto de Hitler; estaría totalmente fuera de lugar y sería irrespetuoso, además de punible por la ley.
Luego de la pandemia y que el teletrabajo tuviera su auge, muchas empresas decidieron quedarse así, en teletrabajo. Esto, hizo que muchos extranjeros migrasen a países con una moneda más débil que la suya, para tener costos de vida más económicos entre ellos, Colombia. Una de estás ciudades es Medellín y las otras que componen el Área Metropolitana como Copacabana, Girardota, Envigado, Itagüí, Sabaneta o La Estrella. Este factor sumado al crecimiento y popularidad de los AirBnB, hicieron que los precios de la propiedad se inflaran por los cielos; ya que, por más costoso que fuera la renta, en dólares o euros sigue siendo muchísimo más barato que en Estados Unidos o Europa.
Propiedades que, en su momento la renta oscilaba entre los 250 y 300 dólares, ahora está en 600 o 700 dólares, para un extranjero que gana un salario promedio en dólares o euros, es asequible. Pero para los locales, es impagable, ya que el salario mínimo en Colombia es de, aproximadamente, 400 dólares. Por lo cual, muchos han optado por irse a otros barrios más baratos o ir a vivir a pueblos cercanos, que están a 45 minutos del centro de Medellín, porque muchos propietarios han decidido dividir sus casas o apartamentos para alquilar monoambientes en barrios cercanos a sitios turísticos por estos precios, obligando a arrendatarios a irse.
A este fenómeno, se le ha denominado gentrificación. Pero este, no es el mayor de los problemas. Muchos migran a Colombia en búsqueda de una vida más barata, o a conocer la belleza de la ciudad. Sin embargo, dada la fama que han creado las series de las que ya hablamos, muchos extranjeros han decidido venir a Medellín a conseguir sexo, drogas y alcohol. Lo delicado de este asunto, es que muchos de los hombres y mujeres que ellos buscan, no son adultos, son niños de hasta 13 años; excusándose, de que la edad de consentimiento en Colombia es de 14 años.
A estos chicos les ofrecen hasta 1000 dólares por un fin de semana, además de regalarles teléfonos de alta gama, joyas y ropa, aprovechándose, muchas veces, de las precarias situaciones en las cuáles viven. Pero, además de esto, muchos de estos personajes, los hacen beber alcohol, consumir drogas, y los graban en actos sexuales para poder venderlos en internet.
Esto ha despertado las alertas de las autoridades y las comunidades de la ciudad. Muchas bandas delincuenciales se aprovechan de esto para promover la trata de blancas. Hombres y mujeres, niños y niñas, se ven forzados a hacer cosas que ellos no quieren y, la población más vulnerable, es la de los transexuales, porque sufren estos mismos abusos, pero no se les ha dado visibilidad.
Pero si hablamos de visibilidad, pocas y nulas han sido las medidas tomadas y, las que se han tomado, no son medidas adecuadas y que, además, perjudican fuertemente a comerciantes y locales de la ciudad. Entonces ¿para cuándo una solución?. Muchos de estos turistas sexuales ven a Colombia como un chiste, sienten superioridad ante nosotros y creen que tendrán impunidad total.
Estas situaciones han causado un fuerte sentimiento de xenofobia. El problema es que los turistas que vienen a conocer y maravillarse con la ciudad, están viviendo y pagando por aquellos que vienen a liberar sus perversiones
Medellín, es y siempre será una ciudad hermosa. Tiene mucho por conocer, esto hace que sea un atractivo turístico para cualquier extranjero que quiera venir a ver y sentir la magia de la ciudad y sus alrededores. Pero no podemos dejar que esa magia se corrompa ante la mirada de superioridad, de personas que vienen a delinquir, manchando la imagen de aquellos que vienen a disfrutar y conocer Medellín. Es por esto que las medidas deben ser urgentes, y que los únicos que sufran las consecuencias, sean los que vienen a corroer, y no afectar a los comerciantes, trabajadores y aquellos foráneos que vengan de manera legal a enamorarse de la Ciudad de la Eterna Primavera.
Todos en algún momento de nuestras vidas hemos criticado algún tipo o estilo de música y, desde hace una década, se volvió costumbre odiar la música urbana y sus diferentes subgéneros. Créanme, yo también caí en ese error de acribillar y juzgar a todo aquel que mostraba cierto gusto y placer por el reguetón o el trap. Los miraba por encima del hombro, creyéndome superior intelectual y moralmente porque a mí sí me gustaba la “música de verdad”.
En mi adolescencia, y con mi pensamiento obtuso y prepotente, no podía ver más allá de todo lo encasillado en el rock. Trataba de ´ignorantes´ a todos aquellos que no les gustara o disfrutaran del género y me burlaba de los que disfrutaran del pop y las nacientes agrupaciones de boy bands como lo fue One Direction o incluso Justin Bieber. Detestaba todo lo que fuera “comercial” y ni loco encendía la radio. ¿Reguetón? ¿Perreo? ¡Qué asco! Jamás iba a intoxicar mis oídos y mi cuerpo con eso.
Me radicalicé y empecé, incluso, a criticar artistas que, en mi ya difunta niñez, escuchaba día tras día. Sin embargo, había una banda que me había acompañado desde muy temprano en mi vida, The Beatles. El cuarteto de Liverpool me movía y aún me sigue moviendo el alma, es mi banda favorita, son mis artistas favoritos, se podría decir que son mi mayor obsesión, y, al serlo, debía saber todo acerca de ellos, pero en todas sus biografías decía algo que me hacía hervir la sangre: la boyband de pop más grande de todos los tiempos. ¡Imposible! Si ellos revolucionaron el rock & roll, casi que lo crearon, cómo así que pop.
Para mí, y para muchos otros, era inconcebible aceptarlo. Pero el tiempo pasó y la madurez comenzó a llegar. Dejé ese pensamiento radical y volví a abrirme ante otros géneros y, lo más importante, escuchar y leer las diferentes opiniones y realidades.
The Beatles, en efecto, sí revolucionaron por completo la música en todos los aspectos, en especial el rock. Es solo que cuando salieron a la luz y a la popularidad, el término “rock” no estaba acuñado aún como un género musical per se. Ellos estaban revolucionando el ambiente juvenil, eran los más populares. Popular = pop. He ahí la definición de porqué fueron la banda de POP más grande del siglo XX.
Ahí comencé a entender muchas cosas, cambiar mi punto de vista y, sobre todo, aprender y empaparme. Pero ¿saben ustedes sin quién no existirían The Beatles? Elvis Presley, el rey, el único y gran monarca. ¿Quién se atrevería a criticarlo? Pues bien, quiero hacerles una invitación a que busquen qué pensaban los padres de quienes crecieron con la música de Elvis. “Es una terrible influencia”, “qué le está enseñando a nuestros hijos con esas letras”, “es un degenerado por como mueve las caderas”, “provoca a las jóvenes a hacer cosas inmorales”.
Pero ahí no acabó todo. Cuando aparecieron The Beatles, The Beach Boys, The Rolling Stones, The Monkeys y demás, ahora la crítica era hacia el cabello “cómo pueden tener el cabello así”, “es un terrible ejemplo para los niños”, “parecen delincuentes” … ¿Les suena de algo? Exacto, lo mismo pasa cada vez que llega música nueva a imponerse sobre lo ya establecido, sobre lo que conocemos. Y es que a los seres humanos nos cuesta aceptar mucho el cambio, por el miedo a lo desconocido y por no alejarnos de la zona de confort, nos asusta lo nuevo. Por este motivo, es que se nos es difícil y reacio aceptar la nueva música. Yo por ejemplo crecí escuchando en la radio el rock de finales de los 90 y principios de los 2000; eso hacía que estuviera más familiarizado con el rock de los ochenta, setenta e, incluso, los sesenta.
Cuando entré a la universidad y empecé a ampliar mi círculo social, intenté darle una oportunidad al género urbano y, definitivamente, no me gustó. Pero que no me guste no significa que no sea música o que la música haya muerto. Ahora, a mis 26 años, por ejemplo, me gusta la nueva oleada de raperos argentinos. Duki, Trueno y Wos que, incluso, han logrado mezclar el rock clásico argentino con sus letras y el beat del género urbano, muestran cómo los géneros musicales pueden convivir y complementarse. Por ejemplo, la canción de Wos, “Luz Delito”, que usa el riff de guitarra de la canción Luzbelito y las Sirenas de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, una de las bandas más importantes de la historia del rock en español. De hecho, el rapero Duki, ha afirmado en varias ocasiones su admiración por Charly García, llegando a citar frases de Charly en sus canciones. O Trueno, quien hace poco colaboró con la banda de punk 2 Minutos, en un remix de su canción más exitosa “Ya No Sos Igual”.
Esto es una demostración de que la música no debe ser motivo de discordia, por el contrario, debe unirnos. Porque precisamente, la música es arte, la música es paz y amor. Tal como lo dijo Juanes en el festival Rock Al Parque de la ciudad de Bogotá, “Este es un momento para reconocernos, no para dividirnos, y menos en la música”. Después de ser duramente criticado, inclusive por este servidor, por haberse vendido a la “industria comercial” y con gallardía y humildad, nos dio una lección de que la música no debe dividir, debe unir. Entonces comencemos a aceptar que la música cambia, evoluciona, muta como el universo, porque eso es la música, un universo. Y esta bien que no nos guste un género, pero no por eso, debemos pordebajearlo o hacerlo menos.